domingo, 18 de marzo de 2012

EL MIGRANTE: EVANGELIO DE NUESTRO TIEMPO


En diciembre pasado estuvimos dos compañeros escolares y un servidor en el Albergue Decanal Guadalupano para migrantes, ubicado a las orillas de Tierra Blanca, Veracruz. Este albergue es dirigido por Dolores Palencia, religiosa de San José de Lyon, y Rafa Moreno Villa, sacerdote Jesuita.
No abundaré en la organización del albergue, sólo decir que viven de la caridad y buena voluntad de los habitantes de la comunidad y la región. Las comidas son sencillas a base de frijol y arroz blanco y, cuando hay una donación mayor, pollo y sopa de pasta; estructuralmente el edificio tiene sus limitaciones, pero las actividades se realizan con entusiasmo y grande ánimo.
Para mí, la experiencia fue encontrar a un Jesús encarnado en los migrantes. Un Jesús hondureño, salvadoreño, nicaragüense, guatemalteco e incluso mexicano o estadounidense. Creo que el Reino es uno, de ahí que se hace necesario encontrar aquello pequeño que nos hace semejantes a todos los hombres y no centrarnos en las grandes diferencias que alimentan nuestro egoísmo y nos deshumanizan. Sólo así, podremos decir que seguimos y servimos al Jesús que se nos anuncia en los Evangelios.
Tener los sentimientos del artesano es acoger a los más desvalidos, esos a los que la sociedad llama “rateros, cochinos, matones, cáncer social o escoria”. La misión no es fácil, pero la fórmula está al alcance de todos, como lo decía el Padre Arrupe, “Enamórate, permanece enamorado y eso lo decidirá todo, determinará lo que te haga saltar de la cama en la mañana, lo que hagas con tus atardeceres, cómo pases tus fines de semana, lo que leas, a quien conozcas… ”. Un amor que va más allá de mis propios límites, de mi vulnerabilidad, incluso de mi lógica, porque no es asunto de la razón sino del corazón.

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